Almohadas, todos tenían almohadas!, las nubes parecían de algodón, incluso al probarlas a eso sabían, las calles explotaban en miel, y al anochecer la luna cansada de tantas cursilerías, se erguía soberbia sobre el sofocado ocaso, que todavía conservaba un poco de rosa en su velo con el cual cubría a los amantes sinceros del lugar.
Las estrellas cantaban melodramas, y en su dulce céfiro hasta las luciérnagas bailaban en sones de armonía, tanta cursilería me embriagaba...
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